¿Hijos perfectos?

Los niños perfectos no siempre saben sonreír, ni conocen el sonido de la felicidad: temen cometer errores y nunca alcanzan las altas expectativas que tienen sus padres. Su educación no se basa en la libertad o el reconocimiento sino en la autoridad de una voz rígida y exigente.

Las posibles consecuencias:

  • Dependencia y pasividad: un niño acostumbrado a ser enviado deja de decidir por sí mismo. Por lo tanto, siempre busca aprobación externa y pierde su espontaneidad y su libertad personal.
  • Falta de emoción: los niños perfectos inhiben sus emociones para ajustarse a lo que “debe hacerse” y toda esta represión emocional tiene serias consecuencias a corto y largo plazo.
  • Baja autoestima: un niño o adolescente acostumbrado a demandas externas no tiene autonomía ni capacidad para tomar decisiones. Todo esto crea una autoestima muy negativa.
  • La frustración, el resentimiento y el malestar interno pueden traducirse muy bien en momentos de agresión.
  • La ansiedad es otro factor característico de estos niños: cualquier cambio o situación nueva crea inseguridad personal y alta ansiedad.

La necesidad de educar a los “niños perfectos” es una forma sutil y directa de dar al mundo niños infelices. La presión de la demanda siempre los acompañará y más aún si su educación se basa en la ausencia de estímulos positivos y afecto.

Está claro que como padres queremos que nuestros hijos tengan éxito pero sobre todo es su felicidad. Nadie quiere que sus adolescentes desarrollen una depresión o sean tan exigentes consigo mismos que no sepan qué es permitirse disfrutar, sonreír o cometer errores.